Me despierta el canturreo de los pájaros, amanece. Como cada mañana me preparo para salir de casa, cojo mi lechera, me calzo las madreñas y voy camino de la cuadra caleya arriba, tengo que ordeñar las vacas, limpio la cuadra, echo de comer a las vacas y me siento en la tayuela a ordeñar, era una fresca mañana de primavera. Aquella mañana las vacas estaban inquietas, no solían mover ni el rabo eran muy mansas, parecía que algo presentían. Unos disparos enmudece el canto de los pájaros y rompe el silencio de la mañana.
La vaca de un salto se mate en el pesebre, la leche se derrama, me caigo de la tayuela y me pongo en pie como puedo. Me asomo a la puerta de cuarterón con cuidado de no ser vista, puedo ver a mi sobrino que esta un poco más abajo recogiendo nabos en el huerto con el burro, miro al otro lado y veo unos hombres que gritan no se qué, no les entiendo, vuelven a oírse disparos, veo a alguien que intenta esconderse dentro de la vara de hierva, aquellos hombres vestidos con bombachos, se acercaban cada vez más a la vara de hierva, el hombre que se esconde sale corriendo al verse descubierto, ellos le siguen fusil en mano y disparan de nuevo, él cae abatido. Me quedo petrificada, siento miedo, rabia, impotencia …
Se acercan al huerto donde se encuentra el chico y le gritan, cogen al burro y le cargan de bruces el cuerpo del malogrado, él chico coge al burro del ramal y a tropezones baja caleya abajo mientras ellos le empujan y le gritan. Les pierdo de vista y no se qué hacer, el miedo recorre todo mi cuerpo estoy paralizada.
Trato de calmarme y bajo para casa ha contar lo sucedido. Nadie sabe nada, nadie sabe qué hacer, no tenemos noticias del chico hasta pasadas varias horas, cuando llega y entre suspiros y angustia nos cuenta lo sucedido.
Le obligaron ha bajarlo al cuartel.
Más tarde se supo que era de un pueblo cercano, aquella fresca mañana de primavera se tiño de rojo amapola, una mañana que no olvidare jamás.
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